La acción se desarrolla en el camarín de un teatro, luego de finalizada una función. Esto, sumado a los conflictos que propone la pieza, nos sumergirá en un juego de realidades superpuestas.
La obra plantea la disyuntiva que nos propone la dialéctica de la competencia.
La tensión del conflicto central va creciendo e incorpora nueva información y elementos que lo complejizan.
Ganarle al otro deja de ser un juego civilizado y el compañero pasa a ser un enemigo. Vencerlo se convierte en el fin excluyente. La eliminación del contrincante se plantea como única solución, aunque esto pueda incluir el propio final.
¿Que ocurre entonces, si ésta competencia se produce entre seres que dicen amarse?
Nos enfrentamos pues, a la paradoja de un amor teñido de guerra.
Si bien es una obra realista, quedará una grieta para confundir a los personajes y vivenciar lo onírico que existe en su cotidiano.
Desde nuestro punto de vista, el desafío es encontrar bajo la superficie del texto, una compleja estructura de personajes y conflictos enrevesados.
Indagamos en las texturas y procedimientos de la actuación, dejándole al espectador la oportunidad de poder ver más.
El desafío es realizar una puesta sencilla en la que sostenga, centralmente, al trabajo de los actores y estos a su vez, construyen la obra.
La escenografía y utilería plantean una síntesis que no distraiga al espectador sino, que de soporte a la historia. No tienen un fin decorativo. Sino que son el marco de la obra.
El vestuario está concebido en la misma dirección. Por eso los vestuarios teatrales de la diva se confunden con la ropa de calle.
En la puesta de luces se alternará entre una luz espectralmente blanca y una iluminación de clima enrarecido sin que el espectador note los cambios de planos.
Lo mismo que les ocurrirá a los personajes.
